El año 2018 cerró con una tendencia a la desaceleración económica que algunos usan para predecir una recesión. Quizá son un poco alarmistas quienes hablan de esa forma, porque se sigue creciendo, aunque no al mismo ritmo que se venía registrando.
Algunos factores que se relacionan con este hecho parecen ser la guerra comercial de Estados Unidos y China, que provoca incremento de costos; el Brexit, que de acuerdo a informes de la economía británica le han costado al Reino Unidos reembolsos fuera de su territorio por valor de 24,000 millones de euros el pasado año; y la subida de las tasas de interés que viene realizando la Reserva Federal norteamericana y que continuará en este 2019.
En este panorama, los beneficios de las empresas se vuelven moderados y el atractivo para la inversión se matiza. Por eso, luce que el mercado de los bonos será más buscado que el de las acciones, aunque todo dependerá de si se está persiguiendo un rendimiento a corto, medio o largo plazo, o invertir con mayor o menor nivel de riesgo.
Y hablando de esto último, cabe contar con una cartera de inversión estable y poco expuesta a él, compuesta por activos en los ámbitos financiero, energético, minero, por ejemplo. Otras inversiones pueden dirigirse hacia nichos de emprendimiento centrados en ámbitos menos comunes. Suelen estar vinculados con nuevas tecnologías que transforman nuestras vidas, aunque existen recomendaciones de firmas de gestión de activos que plantean prudencia con ellas.
Lo que parece claro es que, en este ambiente de desaceleración e incertidumbre, algo que siempre es premisa a la hora de invertir, la diversificación, gana fuerza al punto de que debería llevarse a cabo de manera lo más extrema posible. Conviene diversificar, y mucho, para que ciertas carteras ofrezcan la seguridad de rentabilidad que otras no pueden garantizar, aunque haya que sacrificar rendimiento. Estas últimas, si se materializan, darán grandes satisfacciones, pero jugar con fuego suele llevar a quemarse si la llama es muy intensa.
En cuanto a mercados, el potencial de las economías emergentes en América Latina, Africa y Asia luce atractivo. Retrocedieron en 2018, cuando perdieron terreno con la retirada de inversionistas. Morgan Stanley habla de un 16%. Pero también vaticina que este año crecerá un 8%. Una predicción a tomar en cuenta.