Un viejo adagio cuenta la historia de dos consultores que son enviados a una remota locación a evaluar la factibilidad de instalar una fábrica de calzados en el lugar. Luego de un repaso de las condiciones, el primer consultor mandó un correo a la empresa que los envió diciendo: “Aquí no hay oportunidad para un negocio de calzado. Los locales no usan zapatos”. El segundo, en cambio, viendo las mismas condiciones, escribió: “Las posibilidades son infinitas., ¡Aquí todos necesitan calzado!”.
Si América Latina fuera en este primer trimestre de 2019 ese espacio, con un panorama global incierto, el inversionista astuto podría ver la oportunidad que existe fruto de las políticas comerciales de EEUU o el Brexit, si miramos hacia Europa.
Frente a ello, América Latina se presenta como oportunidad de combinaciones. Sectores tradicionales siguen siendo atractivos, pero con un sistema económico que no necesita de grandes estructuras y ofrece modelos de negocio innovadores, como el de las fintech, que se benefician de haber sido probados exitosamente en mercados de mayor regulación y han generado confianza a los inversionistas.
Con la reducción de la brecha digital entre la región y el resto del mundo se incrementan el acceso a capital y a información, con la ventaja de que una mayor transparencia fruto de la tecnología reduce riesgos.
El desafío al evaluar la inversión en la región puede estar en pensar en ella como un solo bloque económico a partir de una característica que comparten sus diferentes países: el talento. Lógicamente, cada uno de ellos tiene sus diferentes condiciones sociopolíticas, económicas y culturales, y eso también hay que tomarlo en cuenta para aprovechar las mejores cualidades de ese talento de forma que la inversión sea rentable. Y ahí hay que fijarse en lo digital.
La condición demográfica que está viviendo la región sobrepasa a cualquier otro bloque regional: más de medio billón de habitantes de una edad promedio de 27 años con una tasa de crecimiento de conectividad digital anual del 12%. Habiendo llegado a 150 millones de usuarios, la población latinoamericana en Internet registra de los mayores crecimientos del mundo.
En ese contexto, una nueva generación cada vez más conectada está entrando al mercado, liderada por emprendedores de entre 30 y 50 años, con la intención de crear mejores soluciones a los problemas cotidianos y aprovecharse de las nuevas oportunidades de negocio global para alcanzar un nivel superior de vida. La inversión en proyectos digitales es riesgosa, pero puede dar grandes dividendos a corto y mediano plazo.
Colombia es uno de los países que parece haberlo entendido. En 2017, su congreso aprobó la llamada “Ley Naranja”, destinada a «desarrollar, fomentar, incentivar y proteger las industrias creativas, entendidas como aquellas que generan valor en razón de sus bienes y servicios, los cuales se fundamentan en la propiedad intelectual«. Hoy en día, esa economía representa un 6% de su PIB y el impulso del sector creativo genera riqueza del mejor recurso de la nación: su población.
Según informes de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), la Economía Naranja representa un quinto de todos los bienes compartidos en el mundo, lo que equivale a más de 18 mil millones anuales. Desde 2011, las exportaciones de bienes y servicios creativos desde Latinoamérica al mundo han crecido más de un 134%, demostrando que estas iniciativas de colaboración pública y privada en la región crean un marco propicio para la creación de valor y capital.
Esa economía creativa, sin embargo, sigue necesitando de algo tan tradicional como las infraestructuras, y ahí se abre otra oportunidad para la inversión en la región. Los proyectos en este sentido vienen derivados de los retos de movilidad, conectividad y energía, por citar algunos en los que se pueden obtener rendimientos a largo plazo y a la vez generar un gran impacto social positivo.